En este momento estás viendo Un humour platonique de nos contrées
Strangled Humor | The Animals in Disarray © David Noir | Screenshot

Un humor platónico de nuestras regiones

Comparte esta página

No se asesina a la República, sino a Rabelais, que hace tiempo que está enterrado

Más allá de las muertes atroces e inútiles, la mayor víctima de los estragos de la era actual es el sentido del humor.

Independientemente de lo que algunas mentes demasiado políticas para mi gusto o demasiado irremediablemente correctas para mí quieran hacernos pensar, en nuestros cerebros hay espacio para diferentes niveles de valores atribuidos a una palabra o a una expresión. Esta interacción, las redes y las plataformas son las que nos permiten elaborar intelectualmente los conceptos y saltar de una idea a otra por asociación. Es este "juego de palabras" lo que hace que la mente sea rica y dinámica. Es este carácter lúdico del lenguaje, ya sea soliloquiado o expresado, lo que nos convierte en seres potencialmente creativos.

Descuidar este aspecto de uno mismo, no mantener este engranaje caricaturesco, es suavizar las diferencias con una apisonadora, perder el giro de la propia imaginación y estrellarse contra el muro de la seriedad pintado con los falsos colores del respeto a los demás.

Negarse a entender que el insulto para reírse no es un insulto para destruir, que es por el contrario una puerta abierta a la reflexión sobre uno mismo y sobre las sociedades que nos unen, es dañar deliberadamente la hipotética pero embriagadora utopía de la cohesión mundial para obtener caóticos beneficios a corto plazo. Es, en contra de la supuesta preocupación por el bienestar de las generaciones futuras, interesarse sólo por la inmediatez egocéntrica de la comodidad de la propia vida.

Las posturas identitarias, ya sean de género, religión, ideología, etnia o cultura, tienen la misión de vender y hacer crecer movimientos de pensamiento simplificadores bajo la apariencia de progreso social y legitimidad.

Por supuesto, no son las batallas las que son falsas, sino el discurso que las sustenta, que suele ser falaz.

Sí, el sentido del humor es más importante que la vida misma si se despoja de él; más importante que la república, que los símbolos y las virtudes con los que siempre se han adornado los moralistas de todo tipo.

No hay que culpar a los que se ven privados de ella por principio -perdónalos Señor, no saben lo que es-, sino a los que tienen una educación que pretende ser ilustrada.

Hoy más que nunca, es vital, aunque también desgraciadamente mortal, creer desesperadamente en este humor, que es tan fino que puede rozar lo más grosero.

Que el buen tono ciudadano e institucional del famoso mundo anterior A ello debemos nuestros actuales sufrimientos. Culpable de haber cultivado la estupidez y la pedantería en todos los estratos de su cuerpo social, la vanidad del espíritu de seriedad y buen gusto no ha dado, sin embargo, más brillo a nuestra cultura. Al contrario. El buen gusto imbécilmente encaprichado ha acabado con mucho más que el mal humor y la burla necesaria, víctimas desafortunadas de un mundo que juzga antes de sonreír. Hoy, es la ausencia de ambos lo que amenaza con matarnos en cada esquina.

Al hacer la elección de la sociedad, pues es una, de una educación incapaz de dar el primer lugar a la diversión por encima de todas las disciplinas, se ha creado un mundo donde el primer valor es ser respetado. Pero cuidado, no el respeto que es evidente para cualquier ser civilizado y gentil que tiene consideración por la integridad del cuerpo de los demás. No, estamos hablando del tipo de respeto que pesa, del que un imbécil te mira con toda la autoestima que le otorga su mente primitiva y autocomplaciente. Naturalmente, encontramos una fuente primaria de esto en el famoso "¡Insultas a mi madre! "Probablemente se trata de una referencia a una madre que representa inconscientemente a la Virgen de los cristianos. Encontramos esta fórmula en otros tantos insultas mi raza, mis orígenes, mi país, mi religión, mi origen social, mi sexualidad y muchos otros supuestos valores de identidad a los que deberíamos limitarnos. Entre estas dos consideraciones de respetar es, efectivamente, una de esas sutilezas de significado de las que hablo y de las que se supone que es capaz el cerebro de un ser humano evolucionado. En este campo, es en efecto el humor el único que puede otorgarle, por sus propiedades hechas de matices extraordinarios, toda la plasticidad de que está dotada la mente.

En este sentido, seguimos siendo primitivos durante mucho tiempo. Afortunadamente para nosotros, el contexto actual, terriblemente tenso, nos da la oportunidad perfecta para recapacitar y, por qué no, para salir de él.

Antes de centrarse en el lugar que ocupa el percibido como en el extranjero o cualquier otro chivo expiatorio supuestamente portador del miasma de la impureza, sería bueno preguntarse en primer lugar por qué en nuestra sociedad se concede un espacio tan amplio a la estupidez, asegurando así que su reserva de fuerzas vitales se renueva constantemente y se dedica por completo a su gloria.

Si, por ejemplo, levantamos el velo del tan utilizado término contemporáneo "incivismo", encontramos oculto en él, en primer lugar, el concepto de descerebrado. El temible depredador, si resulta ser un verdadero peligro para el individuo pacífico, no es necesariamente mediocre, ni mucho menos, pero el verdadero maleducado es un zoquete que se jacta de ello y ya no quiere ser ignorado desde que se ha roto cierto barniz social. La verdad es que los hay tanto en chándal como en cuello blanco. Y el verdadero mal está ahí, emergiendo tras una translúcida ausencia de delicadeza plenamente valorada por la época.

El grosor del pensamiento está de moda, y pronto la idiotez aparecerá por fin desnuda y reclamará serlo, con su cuota de derecho a existir libremente. Sí, desde hace años parece que aspiramos a valorar la pobreza de la reflexión y la imaginación personal -no confundir con el imaginario que estalla a los ojos del mundo, pero sólo produce obras, también productos consumibles, y no pensamiento. Sobre todo, no nos cansemos con tomar la delantera ¡por una inteligencia extra que perjudicaría el esteticismo poético que tanto placer nos da!

Y ciertamente no es la idiotez encantadora de los estribillos de las cancioncillas yéyé de antaño lo que voy a castigar, sino la mediocridad que, esteta o vulgar, se siente superior, se regodea creyéndose poética o social y por todos lados clama por respeto. Por supuesto, esta pretensión hueca no es nueva, pero ahora es bien conocida y a veces se considera un modelo. También ella, a través de su propaganda y de sus élites, ha sido capaz de fomentar su advenimiento mediante atrocidades menos visibles que el asesinato, a través de una miserable exigencia creativa y de pequeños arreglos de antecámara. Este culturaJohn Waters, como hay que llamarlo, ha optado por negar los experimentos literarios sin sentido de Sade, ha rechazado la bonhomía de gran parte de nuestra pornografía, ha escupido sobre el poder del arte del mal gusto, llamado así para degradar mejor la infancia de sus orígenes, que sólo pedía seguir riendo. Si John Waters estuviera en el Panteón del cine, el mundo conocería menos horrores. Así que, después de todo, hasta aquí llegó su rostro culto y su mundo explosivo. La burla frágil tenía que tener su lugar; había que defenderla y no enfurruñarla con un mohín de desdén. ¿De qué te quejas, amigo serio? De repente, increíblemente, has encontrado a alguien más serio que tú. Tan serio que es la muerte la que atraviesa y no un simple trazo de la pluma que tacha todo lo que ignora sus valores.

Tú también, por tu juicio fundamentalista, sólo has podido reaccionar estúpidamente ante las palabras y las imágenes. ¿No he escuchado sermones sobre la obscenidad del sexo y cuántos más no escucharé? En el fanatismo ciego y loco, tu mojigatería ha encontrado a sus maestros. De nuevo, pero ¿de qué te quejas? ¿No es este el mundo que soñaste, dispuesto a denunciar la indecencia de los cuerpos y la impureza de la palabra?

Sin embargo, todo está por entender en la sede misma del pensamiento, en lo que hace a todo el arte del actor: en la intención que precede a la palabra. Deberíamos haber sido informados y formados antes. El descerebrado sólo oye y lee las palabras, pero ¿cuántos se esfuerzan por detectar la intención? Desde luego, no los miembros de una multitud voluble y al mismo tiempo no creíble e ingrávida, que un día abrazará a la policía por haberla salvado y al día siguiente le lanzará el oprobio por las brutalidades que comete y al día siguiente de nuevo, reducida a su individualidad, vendrá a quejarse de que le han robado. El político aficionado y reivindicador de los domingos y las redes sociales desprecia con facilidad a aquellos de los que depende humillantemente por necesidad forzosa. Se venga mediante la amargura y un juicio unilateral que confunde con la solidaridad popular.  

Sí, por su falta de amor al humor, los serios se perdieron el mundo y nos impusieron su sharia mucho antes que otros.

Los pregoneros del atropello, los espectadores ofendidos, los diputados indignados, los belicosos de toda índole han preparado el terreno y siguen arando la terrible inmensidad de un campo donde ahora germina espontáneamente el horror. Pero esta semilla, tan generosa y tan llena de poder devastador, no se llama odio, como tan fácilmente nos gusta llamarlo a este sentimiento tan ordinario, habitante común de los corazones. No, este veneno de todas las sociedades se define en hueco, bordeado en su perímetro por la hinchada persuasión del individuo a ser definitivamente alguien No, el terror infligido a los demás no tiene su origen en un odio que estaría ahí como una pieza desafortunada de nuestra constitución inacabada. No, el terror infligido a los demás no se origina en un odio que estaría ahí como una pieza desafortunada de nuestra inestable e inacabada constitución. La crueldad en ciernes está ya bien contenida en el fariseísmo que empuja a querer ser el elegido de un determinado destino. El crimen desconsiderado correlativo es tener la debilidad mental de creerlo, sin bromas, de verdad. Pero el crimen más absoluto e imperdonable es permitir que esas mismas personas tengan una idea elevada y cierta de sí mismas. No es necesario que una religión alimente esperanzas vanas y fomente la violencia. La fatuidad de pensar que un día se puede "ser", el miedo, por el contrario, a no llegar nunca a ser nada a los ojos de la propia casta; ambas cosas dan para mucho.      

Había que pensar de antemano para no despertarse con miedo al mundo. Era necesario preservar la infancia en sí misma en toda su astucia y lastre. Era necesario poner en práctica el discernimiento que distingue la diversión de pretender ser importante de la auténtica y perniciosa autocomplacencia. Era necesario aceptar y comprender que los actores tienen más respeto por el ser humano que los que creen ciegamente que son personajes.

He experimentado el desprecio y la humillación. No era entonces obra de malvados barbudos sedientos de mi sangre impía, sino de buenos responsables sentados civilmente tras sus cómodos escritorios.

Gritar es una salida, ¿pero más allá de eso? ¿Realmente se nos pide que vivamos con un virus o que nos acostumbremos a aceptar más y más miedo sin importar la naturaleza de las amenazas?

Pero por suerte para mí, ¡uf! Sobre el miedo, al menos ahí, sé mucho.

Artículos relacionados

Los animales disfrazados © David Noir | 1992
David Noir

Los animales sueltos

Una oda a la exposición en forma de viaje iniciático. El universo fantástico de un hombre sometido a su sexo y su viaje hacia su deseo de desnudez.

Leer más "

David Noir

David Noir, intérprete, actor, autor, director, cantante, artista visual, realizador de vídeo, diseñador de sonido, profesor... lleva su desnudez polimorfa y su infancia disfrazada bajo los ojos y oídos de cualquiera que quiera ver y oír.

Deja una respuesta

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.