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Inocencia del musli © David Noir

Bacilo copto: "La inocencia de los musulmanes

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Visto o no visto. Bueno o malo, esa no es la cuestión.

Inocencia de la broma

Inocencia del musli © David Noir
¡Sólo hay cosas buenas en la tradición! | Inocencia de musli © David Noir

Preocupado, entristecido, un poco asqueado por el tipo de reacciones al asunto de la película La Inocencia de los Musulmanes que se han visto y oído en los medios de comunicación y, obviamente, consternado por las trágicas consecuencias y secuelas de los hechos.

Sólo he escuchado a Brice Couturier esta mañana en France Culture hablar de ello, ya que me gustaría saber más sobre el tema. No se trata de polemizar sobre el "buen" o "mal" islam, del que no sé nada, como tampoco de ninguna cuestión religiosa. Sólo hablo de mi punto de vista y de lo que me choca en el tratamiento que dan los medios de comunicación y los comentarios que se leen aquí o allá. Dejo a un lado el vil asesinato del embajador de Estados Unidos o de cualquier otra persona fatalmente atrapada en esta confusión. Viles como todos los asesinatos, sin importar la pretensión de legitimidad que hagan. No, quiero hablar aquí de un tema que me es muy querido y que concierne directamente a mis preocupaciones artísticas.

La mayoría de los análisis y comentarios afligen a la película con una descripción desvalorizadora basada en el prejuicio de que es fea, provocativa y de mal gusto. Luego se argumenta que los actores son patéticos (lo cual no es cierto), que es una chorrada sin fundamento, llena de burdos trucos, rodada por un director sin talento...

No me gustan, o más bien aborrezco, estos juicios apresurados, empapados de mala fe tanto como de cobardía, que se refugian tras la implícita y supuesta nulidad de una película cuyo único objetivo es provocar o burlarse de lo sagrado Es la única manera de comprender mejor lo que ocurre en el mundo. ¡Qué lamentable reflejo del espíritu crítico del que debería estar orgulloso un país libre, estas pobres plumas empapadas en el copia y pega de los tópicos más estúpidos y rastreros que existen!

Así que al diablo con el cine de John Waters, los Monthy Python y su "Vida de Brian", las películas de Sacha Baron Cohen... todas alternativas oxigenantes a la estupidez consentida que nos complace aplaudir cuando el tiempo no es demasiado tormentoso.

Lo que me molesta, como mínimo, es que en nuestra democracia, que se enorgullece con razón de su libertad de expresión, las parodias y las burlas sean apreciadas e incluso alabadas en nombre del espíritu rebelde, siempre que sus consecuencias se circunscriban al marco familiar del "respeto a los límites". Si, por alguna desafortunada casualidad, son algo más que un "éxito", se convierten en actos políticos que entonces son cosa de "mayores". Entiéndase que en estos casos se pide a los payasos y a los niños que se vayan a jugar a otro sitio y que no se metan en asuntos serios; de lo contrario, serán papá y mamá los que tengan que arreglar el desaguisado y pagar las consecuencias. Y la prensa rastrera le sigue, como un buen siervo de la manija, disfrazado de justiciero mojigato, con sus frases hechas, sus sombreros bien puestos y sus artículos tendenciosos bajo la apariencia de la objetividad del señor y la señora Everyman.

El estándar, el animal feo, siempre está de moda.

Está muy bien y tan en el aire, indignarse, revolverse, mostrarse tomando partido con una identidad propia y tanto a todos los demás.

De alguna manera esta historia, que esconde tantas otras, me recuerda al perverso argumento que tanto me molestó en el momento del estreno de la película de Tim Burton "Ed Wood", que narraba la vida del director del mismo nombre. Todo el mundo gritó genio, valorando inequívocamente la brillantez de Tim por encima de la mediocridad de Ed, como supongo que se esperaba del cineasta de Hollywood. Nos reímos de ello, y era bastante normal, ya que el genial Tim poseía lo que el desafortunado Ed nunca había expresado: talento. Y los valientes cinéfilos, años más tarde, al igual que la prensa de la época, venderían sin más la observación de esta formidable presentación de conocimientos técnicos a costa de la pobreza cinematográfica que la inspiró. Por mi parte, no he rehuido la película por el placer que me ha proporcionado al revelar la maravillosa fantasía del querido Ed Wood, pero no he pensado menos en ella. Desde su descubrimiento, creo que un cierto número de críticos y de espectadores ilustrados han podido ver en Ed Wood lo que tanto esperaba que se le reconociera en vida: un verdadero y profundo universo cuyas torpezas de producción contribuían totalmente a la calidad de la materia contenida en sus películas, cuyo único tema era el derecho a ser diferente.

Así que tal vez hoy, para no parecer demasiado estúpido después, sería bueno, por parte de quien se precie de tener una cultura artística, ser cauteloso a la hora de despreciar producciones que parezcan poco sólidas; no sacar sus argumentos críticos del uso de efectos baratos o fondos verdes fáciles de conspirar, a riesgo de saber reconocer el arte sólo en la calidad bien trabajada de 100%. La buena fe le llevaría a uno a abstenerse de hacer un análisis de corta duración, y la inteligencia apuntaría a echar un vistazo a Pierre Kast, Jesús Franco o cualquier otro que no limite la poesía a lo aceptable.

Por mi parte, no puedo distinguir entre Jerry Lewis, Molière o Godzilla; me gustan los tres.

Tendría mucho que decir sobre este tema, ya que me exaspera e irrita tanto que a menudo he sido víctima de una estupidez y una falta de audacia convincentes.

Volviendo a esta película, que es un pretexto para derramar más sangre que tinta, sólo he visto los montajes que circulan por Internet. Es cierto que, para corroborar las declaraciones de los intérpretes, que comprensiblemente tienen miedo y se hacen los indignados maltratados para protegerse, algunos pasajes parecen estar postsincronizados sin ambigüedad, con el objetivo, sin duda, de hacerles decir palabras distintas a las que pronunciaron durante las escenas. El proceso es divertido aunque un poco arrogante. Pero, ¿se puede culpar a Fellini por doblar a veces a sus actores?

Es evidente que el tema no está ahí. La cuestión es muy sencilla: no se trata del concepto subjetivo de "bonito" o "feo", "malo" o "bueno", que se utiliza para escudar el problema, ni de una meritocracia del "talento" que justificaría que unos estén más autorizados que otros a hacer de sátiros. En mi opinión, ni siquiera se trata de una cuestión de libertad de expresión únicamente, ni de la religión islámica.

No, el tema está en la responsabilidad intelectual de sopesar sus palabras de forma correcta y honesta frente al chantaje del miedo que está cayendo sobre las libertades de decir y representar.

Porque la libertad de reír, de criticar, de burlarse, de crear, incluso de insultar... es simplemente la libertad misma.

A partir de ese momento, la ley está para resolver las disputas y no el lanzacohetes o el terror que se cierne como una amenaza insoportable. Sé que al decir esto no estoy resolviendo nada -eso sería demasiado simple- sobre el problema de los que se sienten insultados y a los que no hay que dejar de lado porque debemos convivir. Sin embargo, corresponde a quienes hablan en las ondas, en Internet o en la televisión -y a ellos me dirijo- identificar claramente lo que defienden en este asunto. Esto no puede hacerse a medias, ni tampoco de manera que se dé a entender que el tema del debate puede ser condenado sobre la base de reglas escriturales o estéticas, que entonces se convertirían en "relativas".

No hay relatividad para la libertad de representación o de enunciación.

¿Necesitamos recordar esas bases fundamentales de nuestros logros?

Es responsabilidad de todo orador público, ya sea político, periodista, educador, artista o usuario de Internet de cualquier tipo, no socavar este imperativo inquebrantable de la democracia con un discurso ambiguo que pueda sugerir que algunas formas de expresión tienen menos derecho a ser escuchadas que otras.

Una línea en una película, una frase en un libro no es un acto, sino un pensamiento puesto en forma. No importa lo estúpido o brillante que sea. En ningún caso merece actos de represión que lleven a la muerte y, sobre todo, no debe prohibirse bajo ningún pretexto, aunque sólo sea por lo que revela de un sentimiento vano y "superior" hacia ella a través del juicio humano.

Cada uno es libre de amarla o de encontrarla detestable, pero si la rechazamos por principios espurios, entonces echemos con ella toda la poesía producida en el mundo. Y esta es también la guerra que parece estar en juego. Los movimientos basados en la intolerancia sólo quieren una cosa, la aniquilación de lo cultural en favor de lo culto, ya sea político, dogmático o religioso. No se trata de traspasar los límites dados por la ley en cuanto a la incitación al racismo u otros. Este no es el caso aquí. Una película, buena o mala, estúpida o clarividente, sigue siendo una obra de arte; no hay que atribuirle nada más. Y Dios sabe que nos alimentan los más cretinos cada día que hace la televisión. En mi opinión, es muy importante, e incluso vital, aferrarse a esta visión.

La representación, de la que sé algo ya que soy director, es una de las piedras angulares de nuestro bienestar común. Es la traducción de los puntos de vista de un individuo a un lenguaje accesible - a veces doloroso - para los demás. Es un vínculo. Puede ser absolutamente perjudicial -la prueba está en la agresiva publicidad de nuestras paredes-, pero es, al poner en palabras, sonidos e imágenes, la única alternativa a la soledad grupal.

Representarse a sí mismo es hablar; es decir quién es uno, en toda la Inocencia

No conozco al director de la película ofensiva. Se le ha llamado director de cine porno (de nuevo, ¡gran cosa!) y responde al curioso seudónimo de Sam Bacile. Si sus declaraciones sobre el miedo a ser asesinado son ciertas, me parece peligrosamente ingenuo, porque cualquiera que siga las noticias, desde la recompensa por la cabeza de Salman Rushdie, el asunto de las caricaturas del Profeta y el asesinato de Theo van Gogh, debe saber que es notoriamente arriesgado denigrar abiertamente al Islam.

Por muy temerario o atrevido que fuera, y por mucho talento que tuviera, de nuevo, no creo que deba ser menospreciado por la prensa; igual que la chica que se viste "demasiado" corta no merece ser despreciada o condenada por excitar la violencia machista.

La violencia física sigue siendo, a mis ojos, grave y sin excusa. No necesita más pretexto que él mismo para justificarse.

A pesar de la tristeza que me inspira nuestra humanidad y sus dolorosas evoluciones, mi mente ávida de juegos de palabras no puede dejar de ser sensible a la asombrosa e incongruente homonimia existente entre el pastor Terry Jones, un antimusulmán convencido, brutal y poco inspirador de simpatías, que al parecer tiene algún interés en la película, y el director-actor del mismo nombre, creador, entre otras cosas, de "La vida de Brian" con los Monty Python, antes mencionado. Es una coincidencia por el momento, tan triste como divertida.

Por imperdonable y peligrosamente provocadora que parezca la película objeto de este conflicto, había que buscarla para que saliera de su anonimato y desatara la furia que estamos presenciando. Como todo el mundo, soy consciente de las nauseabundas manipulaciones llevadas a cabo a propósito, tanto para iniciar el caos, por un lado, como para responder a él, por otro.

Por eso sólo trataré aquí este aspecto de las cosas que me es caro; el único sobre el que puedo influir muy modestamente en quienes me lean: abogar por la libertad de representación en todas las circunstancias y el rechazo de lo que se cree eminentemente serio; y esto, sea cual sea la estética, el pensamiento y la calidad, porque en materia de arte, es un principio superior al del valor del contenido aparente. No soy yo quien lo dice; la historia de las prácticas artísticas es una simple constatación de ello. No olvidemos esto de forma intermitente y según los acontecimientos.

Más aún que en el caso del arte, que es lo suficientemente grande como para defenderse, no hay, en mi opinión, nada más grave en el mundo que amenazar al humor con su extinción mediante una ejecución sumaria, con el pretexto de su mal gusto o su escaso alcance.

Y más aún si es chismosa, infantil o tachada de la más convincente imbecilidad. Por mucho que nos guste, su existencia es vital porque, más ampliamente, todos sabemos que gran parte del humor genuino crispa los oídos, revuelve el estómago y toca temas escabrosos.

Sé lo que es la intolerancia, ya que 90% de las cosas que veo u oigo me dan asco; en la vida, en el metro, en las ondas, en la pantalla, en los periódicos, en el escenario... dondequiera que haya producción humana. Y sin embargo, los tolero de todos modos.

Y sin embargo, me atacan más de lo que puedo decir. Sin embargo, no degüello a los publicistas que me hacen más daño cada día que cualquier filosofía o religión, ni a los responsables de la RATP que merecen la picota por hacerme pagar por segunda vez, además del precio de mi billete, mediante el atontamiento de mis neuronas y el monstruoso esfuerzo de resistencia que tengo que ejercer para no hacer sitio a los estúpidos mandatos que mis ojos no pueden evitar en las paredes.

¿La imposición de esta estupidez mercantil no merece la muerte por la contaminación que genera en cada uno de nosotros? Sí, tengo esa intolerancia a la ineptitud y a la demagogia, en el sentido más puro de la palabra, el de una intolerancia física a los compuestos más tóxicos.

Y sin embargo, como la mayoría de nosotros, no mato a ninguno de los responsables de la degradación de mi paisaje mental. Sin embargo, ¿qué es más grave para un hombre que dañar su cerebro?

¿Tengo una segunda vida para dejarla estropear por el parásito de la imbecilidad ajena? Desde luego que no. Pero el esfuerzo es la palabra clave en nuestras civilizaciones. Este esfuerzo, lo hago yo, eso es todo. Para ser un ser humano, para seguir viviendo, tolero. No es muy glamuroso, es cierto, pero que yo sepa no hay otra solución, aparte de la opresión psíquica o el derramamiento de sangre, para vivir dentro de la multitud de opiniones, educaciones y comportamientos que pueden parecerme hostiles. Acepto este esfuerzo, pero no a costa de abdicar de lo que me hace fuerte y relevante.

De la misma manera que muchos de nosotros debemos desear que, al menos en lo más íntimo de nuestro ser, cada individuo admita que el otro es simplemente otro y que esto es así, yo deseo a su vez explicar lo que constituye mi límite. Este límite consiste en que no se me obliga a respetar símbolos que no he elegido. Ya había reaccionado al decreto -oh, mucho menos sonoro que este dramático asunto actual- que legislaba sobre el desacato a la bandera y votó discretamente el verano pasado. (Lea aquí.) En algún lugar se encuentran los mismos ingredientes. Y se me ocurre, por el camino en el curso de mi pequeña reflexión, preguntarme quiénes, de las instituciones estatales o religiosas del mundo, tienen la preocupación de respetar los iconos de mi propio ateísmo y en todas las materias, que son: el silencio de la reivindicación de las creencias y el borrón y cuenta nueva de los elementos sonoros litúrgicos que proporcionan todas las iglesias del universo.

En efecto, será otro mundo cuando ya no suenen las campanas de los domingos que nunca quise oír en mis oídos. Así que es así, y no tenemos otra opción. En efecto, es en el montón de la Historia donde se hace la cultura; tanto por sus residuos como por sus joyas.

La cultura es una cuestión de abono; todo lo que se produce debe fermentar allí, sin distinción. Las pantalonadas burlescas, así como las historias más sublimes.

Sólo es cuestión de acordarse de mirar antes de juzgar a quien tiene el dedo en el gatillo en este momento.

Tarde, tarde ¡! Como el conejo de Alicia, los defensores de la seriedad siempre llegarán tarde... para una o dos guerras.

David Noir

David Noir, intérprete, actor, autor, director, cantante, artista visual, realizador de vídeo, diseñador de sonido, profesor... lleva su desnudez polimorfa y su infancia disfrazada bajo los ojos y oídos de cualquiera que quiera ver y oír.

Esta entrada tiene 2 comentarios

  1. Anne

    He encontrado su comentario en France Culture (Chronique de Brice Couturier)
    ¡Su análisis también da un poco de aire! Lo que oímos estos días es muy angustioso. Gracias por este paso fuera de la línea.

    1. David Noir

      Gracias. Sí, es efectivamente una historia de "pequeños pasos por la humanidad", porque ¿qué otra cosa podemos hacer? Sin embargo, a veces podemos esperar que unos cuantos millones de pequeños pasos nos obliguen a mover las líneas hacia un aire menos contaminado. En cualquier caso, depende de cada uno de nosotros pensar en esto.

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