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El proceso de desarrollo de una empresa artística también depende del azar y la suerte.

Marfil claro

Pensar en uno mismo como empresa artística, más que como artista, es un proceso complejo.

Me gusta cavar y minar. Por eso, supongo, ahora vivo al pie de una cantera. Pero aquí ya se ha revelado todo, se ha sacado a la luz, y más bien se teme que se derrumbe. Sin embargo, las cavidades que ya no son útiles para la prospección siguen siendo hermosas. Aquí siempre escucho "nariz abajo". Me digo que es por la imagen de la esfinge egipcia que todo el mundo tiene en mente. ¿Por qué escribir? ¿Qué puede ser más inútil? A veces furioso, a veces apático y como anestesiado. Tal vez sólo para poner en el aire las palabras que mi mente está repleta. Es tan agotador estar. ¿Quién va a leer? Y aquí también, ¿para qué? Tal vez para que los flujos se crucen, para que nuestros ríos fluyan entre sí. Quizás sólo para alimentar este movimiento de cosas que se cruzan. Estoy impaciente y no pasa nada. Así que para distraerme y también por necesidad para la ilusión de ganarme la vida, hago personajes y los hago cantar, a veces decir ciertas cosas. No es importante y eso es lo que más me gusta. Cualquier otra cosa que sea más útil me aburriría. Escribir es fácil, cantar es fácil, actuar es fácil. ¿Por qué? Simplemente porque ser es fácil. Sólo tienes que hacer las cosas como las haces y llevar tu vida lánguidamente, como eres. La dificultad está en otra parte. No se trata de hacer o ir a ninguna parte. La dificultad, si es que la hay, una vez tratados todos los pseudo-miedos que nos habitan -me refiero no a los raros miedos que tienen razón de ser, sino a los que nos llevan a temer ser devorados por un tiburón cuando vivimos en medio de la tierra-, la dificultad estaría más y estrictamente en la incoherencia de la orientación, la desorientación. ¿Adónde? Todo es tan vasto.

Abejorro atrapado en vuelo sobre un cardo | Foto © David Noir
Abejorro atrapado en vuelo sobre un cardo | Foto © David Noir

El proceso de una empresa artística depende a veces también del azar y la suerte.

Aquí, este abejorro entró en el marco de mi objetivo mientras fotografiaba la flor del cardo. Lo pillé al vuelo en el momento y lugar adecuados por un golpe de suerte. 

La estética de este cliché, digno de una revista para la que el autor (yo en este caso) no tiene casi nada que ver, deja que uno se pregunte.

Las notas olvidadas son mi abono. Acumulo palabras, frases, pensamientos y los meto bien en el fondo de una caja para olvidarlos mejor. Cuando los vuelvo a sacar, a veces años después, me doy cuenta de que han cambiado. Aunque a veces recuerdo que los he producido, la mayoría de las veces no tengo ni idea de por qué. El abono está listo, la maceración ha funcionado, mis ideas se han podrido. Y por eso son los mejores y más fértiles. Cuando las recupero, cada una de ellas libera en mí un gas eufórico saturado de una energía misteriosa que me empuja a escribir sin que yo sepa por qué. Y sobre todo, sin que yo haya mostrado el más mínimo deseo de hacerlo un momento antes. Como resultado, mis ideas olvidadas me liberan porque ya no son ideas. Han perdido la acidez agria que corroe mi mente cuando pienso que son útiles. Devuelven así a mi inutilidad toda su fuerza porque sé que uno sólo es libre cuando admite que es inútil. Es una fuerza natural y formidable, capaz de poner a raya la gran mayoría de los problemas de superficie. Sin embargo, sentirse libre no es suficiente. Esto es lamentable porque ya es un logro considerable para el que la vida social no nos prepara. Pero necesitamos algo más. Falta un ingrediente en mi mezcla de existencia para que me deje completamente en paz y plenamente feliz de serlo. ¿Qué es? Seguramente se trata de un producto raro o de algún metal precioso para que sea tan esquivo y difícil de definir. Busco entre el revoltijo de mi incoherencia y allí, espontáneamente, surgiendo como una flor de rápido crecimiento del montón de estiércol, aparece un simple pensamiento. Disfrazado de pregunta, me dice: "¿Por qué el hombre valora tanto su crueldad?

Imaginar a los adversarios para acabar destruyéndolos, para hacerles caer la garganta, para reducirlos a la nada, es un juego que se remonta a la infancia. Es una necesidad suprema que alivia todo el dolor, todas las frustraciones. Un bálsamo perfecto. Y no basta con aniquilar, hay que ser cruel, masacrar sin piedad lo que se tiene delante. Bueno o malo, no importa lo que nos llegue, debemos salir victoriosos de algo, aunque sea una situación que nosotros mismos hayamos creado. Salir victorioso es la paradoja que socava nuestra búsqueda de la paz, o al menos la idea que nos gusta tener de ella. Porque para llegar a ser este vencedor, debe haber una guerra, y esta paz, tan esperada, sólo nos importa después de haberla ganado. Convertirse en un vencedor, sí, pero ¿de qué cuando los enemigos finalmente se vuelven raros a fuerza de haberlos expulsado del propio entorno físico así como de la propia cabeza? Porque los monstruos que se atreven a desafiarnos y a enfrentarse a nosotros son, la mayoría de las veces, esencialmente virtuales. A medida que envejecemos, la nube de ilusión de la vida se desvanece y muestra que no hay valor que no esté correlacionado con su defecto. No hay más enemigos, o todos los que uno pueda encontrar en sí mismo. No hay nada que merezca la pena luchar en un mundo, el de la creación, que no tiene ningún asidero en la singularidad del propio pensamiento o expresión. Si le cierras la puerta al artista, saldrá por la ventana. El objetivo de sentirse artista es no aferrarse a nada, porque para su tipo de individuo, todo sirve para todo.

Oto no es un artista. De hecho, es exactamente lo contrario. Para Oto, no sólo nada sirve para nada, sino que, sobre todo, todo sirve para nada. Y esta nada que disfruta es todo su mundo. Esta nada le reconforta.

David Noir

David Noir, intérprete, actor, autor, director, cantante, artista visual, realizador de vídeo, diseñador de sonido, profesor... lleva su desnudez polimorfa y su infancia disfrazada bajo los ojos y oídos de cualquiera que quiera ver y oír.

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