Les Innocents, dirigida por David Noir, nos sumerge en un abismo de vulgaridad.
L'Humanité | Aude Brédy | La inocencia definitivamente perdida
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Sección de cultivos

 

Artículo publicado en la edición del 16 de julio de 2004

 

 

Inocencia permanentemente perdida

Les Innocents, dirigida por David Noir, nos sumerge en un abismo de vulgaridad.

Música del repertorio de Woodstock para abrir, entre otras cosas, el material sonoro de lo que podría evocar un happening de los años 70. Al fondo, hombres y mujeres jóvenes y ociosos pasan en blanco y negro, sus rostros rozándose y sus cuerpos intentando acercarse. Frente a esta película, jóvenes en taparrabos se mueven perezosamente.
El rostro de todos tiene un aire de candor, un fuerte aturdimiento y una sonrisa a veces desdeñosa. Las bocas se abren aquí y allá para recitar, de forma que se pretende incongruente, aforismos llamativos -y posiblemente chocantes- con todo tipo de homónimos, a ser posible salaces. Entre ellas, "Francia, esa gorda", "una buena broma de la Chleus", o más suavemente: "Oíd, buenas gentes, el lamento de la mujer escalope". En cambio, estamos esperando. "Stewball" llena el aire y un mono nos mira desde la pantalla. Los actores se pasean por las gradas, se ponen delante de las narices del espectador, le cogen de la mano, se pegan a él, haciendo de primates. Los cuerpos ondulan de dos en dos, espalda contra espalda, con evidente satisfacción. Una canción coral en inglés está cantada por bellos hilos de voces, de verdad; habrá otros. En la pantalla, una película inglesa, de los años cincuenta quizá, en la que una mujer y un niño hablan. Después, todos se desnudarán con ostentosa avidez. Cuerpos en su primera verdad valiente y cruda, luego los actores revelarán con orgullo esta desnudez, con una presencia activa y una cohesión bien regulada, todo de idas y venidas muy físicas apoyadas por frases chocantes. En el suelo, los cuerpos enredados forman un montón: una chica palpa los sexos masculinos, evalúa su blandura, un poco decepcionada. "Alguien quiere pegar mi sello con su coño", dice alguien. Nos encogemos de hombros discretamente, observando que esta crudeza gratuita de la lengua nos dice muy poco. Estas chicas y chicos se pondrán entonces camisas blancas, pelucas rubio platino; cantarán, zapatearán. En una nota, el director David Noir escribe: "Esos pequeños arios rubios que todos creemos ser. Sentimiento de superioridad occidental; nos gustaría defendernos; se nos pega al cuello como la mierda [.] nos convencemos, nos desnazificamos. Es precioso. Que así sea. En este blanco inmaculado, en este rubio oxigenado, se lee también el tema de la infancia despreciada, a través del motivo de la pedofilia, evocado aquí con un segundo grado, que a su vez nos dice que quiere molestar, inquietar. Toda la obra apela a una inocencia primera en la que hay que disfrutar sin trabas, evacuar oralmente, a través de imágenes, lo que nunca es insano porque "es". Así que, de nuevo, ¿por qué no? Pero aquí no nos ha tocado ni un ápice de inocencia, ni siquiera su pérdida. ¿Por qué no? A fuerza de señalar su reverso en voz tan alta, mediante una provocación desenfrenada, se habían alterado los contornos mismos de la fragilidad de la inocencia. ¿Y qué podemos decir de este disfrute que invitamos aquí a desbordar el cuerpo y la mente para que no sea vergonzoso? ¿Por qué atiborrarnos de este precepto más allá de un significado preciso (porque lo necesitamos)? ¿Qué se dice aquí que no se haya repetido ya? Hay algo que tal vez se perciba más claramente: antes del goce, debe existir el deseo, que a veces es obsceno -y no en términos de moralidad- cuando se exhibe. Nos hubiera gustado que aquí fuera más sutil, y estos cuerpos de desnudos crudos, a menudo hermosos, sabemos que no es de ellos de donde rezuma la vulgaridad.

Aude Brédy

 

Les Innocents, a las 21.00 horas en el Pulsion Théâtre, 56, rue du Rempart-Saint-Lazare.

David Noir

David Noir, intérprete, actor, autor, director, cantante, artista visual, realizador de vídeo, diseñador de sonido, profesor... lleva su desnudez polimorfa y su infancia disfrazada bajo los ojos y oídos de cualquiera que quiera ver y oír.

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