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Martin Stephens | Village of the Damned | 1960

Diario de los Parques D-33

La soledad es cuando la gente que te rodea ya no te hace reír

Cuando nuestros problemas cambian de tal manera que ya no resuenan

Uno ya no se siente comprendido, ni capaz de explicarse. Las ganas de convencer se acaban, como cuando no hay más sal en el fondo de la caja de cartón en forma de tubo con pico. Pensamos que la sal es infinita, tantos granos, tan fina, tan numerosa; se usa tan poco. Sólo que todos los días lo usamos. Entonces, un día, la caja de cartón en forma de tubo llega a su fin; puedes ver el fondo de la misma, algo que creías imposible, inimaginable. Así debe ser como todo llega a un final visible, cuando eliges vivir en conciencia. A más de un paso de la exclusión; a más de dos centímetros de la muerte. De hecho, no sé en qué unidad se mide la distancia a la muerte. Algunos dirían que en segundos, minutos, días, años, pero eso es un poco burdo porque hay muchos matices intermedios. No llevo este diario para contar la historia de mi vida, sino para dar testimonio de un viaje. Ahí tienes la sensación -porque siempre es una evaluación; no hay un mapa preciso- de que estás a muchos kilómetros de la muerte. Sí, ¿por qué no millas? 1609 metros, me dicen en Internet. A decir verdad, no me importa. No, para mí Miles sería más como el niño de la Vuelta de tuerca de Henry James; en particular, a través de su interpretación por Martin Stephens en la adaptación cinematográfica de la novela realizada por Jack Clayton en 1961 y protagonizada por Deborah Kerr. Parece que "ellos", como dicen, lo repitieron ayer en la televisión; no sé en qué canal. He visto esta película, 10, 20, 30 veces, no sé, desde que la vi por primera vez un miércoles por la tarde en mi infancia. La película se llama Los InocentesEsta es una excelente elección dada la ambivalencia de los niños en la historia. Tanto es así, que también elegí este título para mi fábula sobre el trasfondo de la infancia de una buena familia, creada en 2003, última parte del tríptico iniciado por Los puritanos, luego Los justos...Historia y que cerró la aventura de la empresa La vida es corta dos años después. Este mismo Martin Stephens, con su porte aristocrático tan inusual para su edad, ya había captado mi atención con su gélido y peligroso encanto, que funcionaba idénticamente en El pueblo de los condenados dirigida por Wolf Rilla en 1960. Esta vez, el pequeño Martin se enfrentó a George Sanders, tan admirable como Deborah Kerr dos años después, para darle una línea y medirse con el poder demoníaco de este pequeño príncipe, tan perfectamente extraordinario en la pantalla que sería difícil imaginarlo diferente en la vida. ¿Quién es Martin Stephens y qué ha sido de él en la actualidad?

Martin Stephens | Village of the Damned | 1960
Martin Stephens | Village of the Damned | 1960

Nacido el 30 de junio, el 19 de julio o en enero de 1948, según la fuente, cumplirá o ha cumplido 65 años este año y probablemente esté retirado de una brillante carrera como arquitecto, que fue su segunda y duradera profesión, ya que abandonó voluntariamente el cine tras una última película para la Hammer en 1966, titulada Las brujas. Según un artículo de Wikipedia, ahora vive en Portugal. Al igual que los admiradores de la Garbo en vida y hasta sus últimos días, tras su abrupta interrupción voluntaria de los rodajes (IVT, así diríamos para las actrices en este caso), algo en mí desearía conocer el rostro actual del hombre maduro en que se ha convertido; al menos, adivinar, vislumbrarlo. ¿En quién se convierte uno al tener el aspecto y los rasgos de esa infancia? Me hubiera gustado tanto ser él a su edad (sus personajes al menos); haber tenido esa autoridad sobre los adultos, esa indecente madurez sexual que le daba derecho a besar de lleno en los labios a la ama de llaves Miss Giddens-Deborah Kerr, aturdida por ese beso de "buenas noches". Me hubiera gustado tener su pequeño poder alienígena, cuando mandó a un tipo malo, contra su voluntad, contra una pared al volante de su coche. Pero, sobre todo, habría cambiado todo mi ser, mi piel oscura y mi pelo castaño por una pizca de su encanto hechizante de niño rubio indiferente a las tragedias de la vida de los demás, yo que sentía empatía por el más malformado de los perros cojos. Sí, yo también, como otros cientos de personas de ambos sexos, incluidos los adultos, me quedé boquiabierto ante este niño que era tan atractivo como una estrella magnética, encarnando con la perfecta reserva de un caballero, toda la provocación del deseo infantil. Así que fui pedófilo a los 10 años; ¡gran cosa! ¿Se puede acusar de pedofilia cuando se es un niño y más aún cuando se está locamente enamorado de un joven que en realidad es 15 años mayor que yo? Imagino y espero, volviendo a sumergirme en los misterios de la fascinación de los iconos y de este rostro tambaleante, que el señor Stephens se reiría conmigo de corazón del contenido infinitamente ambivalente de este amor antinatural, a través del celuloide y de las décadas. Hoy estaríamos sentados cómodamente en un salón inglés tomando el té; yo, con mis actuales 50 años, sería un joven con él esta vez. El tiempo nos habría alcanzado y habría dado la vuelta a la tortilla. ¿Pero qué importancia tiene el tiempo? Así que no hay más cine. No obstante, le preguntaría, deslizándome hábilmente en el hilo de la conversación mientras intentaba camuflar la salaz indiscreción de mi pregunta, si recordaba haber tenido el placer de besar breve pero densamente a la señorita Deborah Kerr durante el rodaje; si se había emocionado con ella en su cuerpo de niño pequeño, quizás incluso después. Y habiéndome entretenido y deleitado así en tal entrevista, le desearía un muy feliz cumpleaños, pasado o futuro, y puntuaría mi frase con un simpático beso, lleno del calor de mi infantil admiración en sus encantadores, aunque algo más que sexagenarios, labios...

Sitio web oficial de Martin Stephens

David Noir

David Noir, intérprete, actor, autor, director, cantante, artista visual, realizador de vídeo, diseñador de sonido, profesor... lleva su desnudez polimorfa y su infancia disfrazada bajo los ojos y oídos de cualquiera que quiera ver y oír.

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