Tanto en el escenario como en la ciudad, la mayoría de las veces espero a que pasen las historias. 
Así que prefiero los modos de narración sin narración, en los que todos los elementos se tratan por igual; collages en los que no se privilegia ninguna forma concreta, en los que el sexo se pone al mismo nivel que la comedia, el pensamiento al mismo nivel que el chiste. Así es en mi cabeza y por lo tanto en mis imágenes.
Mis películas son muestras tomadas del mundo en que vivimos; imágenes paródicas de otras imágenes que ya son paródicas. El abracadabra y las superposiciones grotescas tienen sentido. Es la actuación llevada a la pantalla. No hay nada de cine, de ficción o incluso de teatro en ella. Son películas de plástico; pequeños trozos de imágenes médicas de mi cerebro de celuloide atravesados por personajes de globo pffffffffffff...

La pornografía es un juego de la vida cotidiana, al igual que la violencia, la ternura y todos los sentimientos contradictorios e impresiones paradójicas que conocemos. No hay mucha diferencia de fondo entre los seres, los sexos y las estaturas. Todo se resuelve en la superficie. 
Uno es un hombre, en la superficie; una mujer, en la superficie. Un niño, igualmente. Un pensador o un imbécil, igualmente. En cuanto se excava, todo se detiene; hay que reconsiderar todo. Pero nada puede detenerse realmente. Ni el deseo, ni la revolución de los planetas. Nuestra vida no es ni siquiera un juego; sólo una broma. Los contextos nos hacen ser lo que somos. Sólo podemos ser manipulados por los contextos. 
Lo sublime, lo sagrado, el arte, el amor, la religión, la violación, el crimen... todo se juega en un abrir y cerrar de ojos. Eso es lo que yo creo. Incluso es lo único en lo que creo.